miércoles, 4 de noviembre de 2015

Instante



Un instante, en la medida de tiempo congelado en un presente indeleble, es por necesidad desproporcionado. La impresión gráfica se queda pequeña o grande. La instantánea, como una parodia, puede ser un diminutivo o un superlativo del momento que retrata. La carga pretérita que contiene se queda corta y, al mismo tiempo, sugiere al espectador el exceso de una emoción o crudeza de un futuro que, con probabilidad, también ha expirado.

Observo a Tachia junto a Gabo y advierto la densidad del ambiente caribeño que se transluce de fondo, alejado de esas postales producidas en serie para el recuerdo. Reparo en la digresión entre una berlina de paseo y un carro de vendedor de libros ambulante, con sus ruedas neumáticas y su malogrado intento de congraciarse con la moda. Vislumbro el antagonismo poético entre la evocación a jazmín y veranos perennes de la indumentaria blanquísima de la pareja y la gorra de béisbol de un viandante desconocido. Me detengo en la pulcra vereda asfaltada y el recinto arbolado que la divide. Todo ello, como un decorado aumentativo de algo que fue porque la voluntad aleatoria de un instante lo impuso para el recuerdo.

Pero en la dimensión de lo breve se quedan cortos los sueños, la bondad, la entrega, el afecto, el amor, la pasión. Y se queda corta la desmesura siempre incierta del ocaso.
En la brevedad, en ese recorte de lo inefable, se halla Tachia como epicentro de un instante. Como bálsamo de la desproporción de los epítetos que la rodean y dan forma. Con el éxodo caótico de su cabello albino. El auxilio de su brazo que rodea a su amante, la laxitud de su postura en el escueto compartimento, el secreto poético de una leve inclinación hacia Gabo. Tachia como núcleo de una célula, cohesión indivisible, significado, definición de existencia, ejercicio de ser mujer. La textura liviana de su piel curtida por una síntesis de herencia y tiempo, de luz y sombras, de ritos y pérdidas ancestrales. Su sonrisa al descubrir un recuerdo casi olvidado, una frase, una pregunta sin respuesta. El oxímoron de su mirada atenta tras las lentes correctoras.

La instantánea, entonces, inmortaliza la superposición de pensamientos y utopías con un gesto de ella. Ella, grafismo de lo inmortal: Dos amantes, objetos directos de una parada obligada por la nostalgia representada en el título de un recuerdo en clave, leve,  en el vendedor que los aborda, en un país que es hogar y una berlina de tiro.


Un instante que es abandono, desproporción y desmesura, y entre ese soplo de tiempo, en su centro geométrico, la presencia de una ninfa que cura la fugacidad con el aroma de su calor y el éxtasis de una vida.


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