Un instante, en la medida de
tiempo congelado en un presente indeleble, es por necesidad desproporcionado. La
impresión gráfica se queda pequeña o grande. La instantánea, como una parodia,
puede ser un diminutivo o un superlativo del momento que retrata. La carga
pretérita que contiene se queda corta y, al mismo tiempo, sugiere al espectador
el exceso de una emoción o crudeza de un futuro que, con probabilidad, también
ha expirado.
Observo a Tachia junto a Gabo y
advierto la densidad del ambiente caribeño que se transluce de fondo, alejado
de esas postales producidas en serie para el recuerdo. Reparo en la digresión
entre una berlina de paseo y un carro de vendedor de libros ambulante, con sus
ruedas neumáticas y su malogrado intento de congraciarse con la moda. Vislumbro
el antagonismo poético entre la evocación a jazmín y veranos perennes de la
indumentaria blanquísima de la pareja y la gorra de béisbol de un viandante
desconocido. Me detengo en la pulcra vereda asfaltada y el recinto arbolado que
la divide. Todo ello, como un decorado aumentativo de algo que fue porque la
voluntad aleatoria de un instante lo impuso para el recuerdo.
Pero en la dimensión de lo breve
se quedan cortos los sueños, la bondad, la entrega, el afecto, el amor, la
pasión. Y se queda corta la desmesura siempre incierta del ocaso.
En la brevedad, en ese recorte de
lo inefable, se halla Tachia como epicentro de un instante. Como bálsamo de la
desproporción de los epítetos que la rodean y dan forma. Con el éxodo caótico
de su cabello albino. El auxilio de su brazo que rodea a su amante, la laxitud
de su postura en el escueto compartimento, el secreto poético de una leve
inclinación hacia Gabo. Tachia como núcleo de una célula, cohesión indivisible,
significado, definición de existencia, ejercicio de ser mujer. La textura
liviana de su piel curtida por una síntesis de herencia y tiempo, de luz y
sombras, de ritos y pérdidas ancestrales. Su sonrisa al descubrir un recuerdo
casi olvidado, una frase, una pregunta sin respuesta. El oxímoron de su mirada
atenta tras las lentes correctoras.
La instantánea, entonces, inmortaliza
la superposición de pensamientos y utopías con un gesto de ella. Ella, grafismo
de lo inmortal: Dos amantes, objetos directos de una parada obligada por la
nostalgia representada en el título de un recuerdo en clave, leve, en el vendedor que los aborda, en un país que
es hogar y una berlina de tiro.
Un instante que es abandono,
desproporción y desmesura, y entre ese soplo de tiempo, en su centro
geométrico, la presencia de una ninfa que cura la fugacidad con el aroma de su
calor y el éxtasis de una vida.
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