viernes, 20 de noviembre de 2015

La puerta

Por supuesto, doscientos cincuenta mil euros no es una cantidad despreciable, aunque ridícula si sirve para cambiar de vida; para comenzar de nuevo.

Doscientos cincuenta mil. Así dicho, parece una suma imposible de juntar. ¿Cuánto abulta? No mucho para lo que se puede hacer con ella.

Eso es lo que le dije Radovic. La puta guerra había hecho de él un despojo humano. Te conviene. Él estuvo de acuerdo y me pidió los detalles para planear el golpe. El golpe de gracia, lo llamó. Aunque no tenía ninguna gracia, porque se trataba de matar. Matar. Así dicho, suena mal. Pero si sirve para cambiar de vida, parece ridículo poner objeciones.

Doscientos cincuenta mil. Una cara nueva. Un nombre nuevo. Un pasaporte. Una residencia. Un país. Puede que una mujer. Y una existencia pausada. Ya sabes, le dije, pescar y leer el periódico.

—Y luego ¿qué? Además, ya tengo ese dinero. Aquí. En mi casa. ¿Y luego qué? Es dinero de mierda. Sucio. Indigno. Negro.

—Luego a vivir de las rentas. Te vas a llevar un millón. Doscientos cincuenta mil para mí. No es mucho, si te sirve para desaparecer. Para olvidarte de todo. Confía en mí. Será dinero limpio. Lavado. Honesto.

Dinero. Dinero. Dinero. Dinero. Dinero. Dinero.

Las miradas conversaban:

El dinero limpio es salud. Calidad. Pausa. Dulzura. Amor. Todo eso será para ti. Eso ganarás. Todo se olvidará.

¿Todo? Son muchos muertos. Los muertos me hablan.

Este no. Este no te hablará. Este hará que callen los demás. Los niños asesinados. Las mujeres violadas. Los ancianos degollados. La muerte tiene el don de despreciar el silencio. ¿Oyes el eco? Lo oyes. Lo sé. Mírate, eres un desecho. Este muerto te devolverá al silencio, a la quietud de los pacíficos.

—¿Quién es? —Preguntó Radovic.

Radovic sabía que una vez nombrado el objetivo, no podría echarse atrás.

—Quieres saberlo. Eso quiere decir que aceptas. Lo necesitas. Estoy de acuerdo. Te conviene. No te arrepentirás.

Nos miramos a los ojos. Los ojos. Sin la pantalla del engaño. La verdad. El compromiso. El futuro. La vida. La puta vida.

—Ahora lo sabrás —le dije—. Me levanté. Lo dejé sentado. Encendió un pitillo. Abrí la puerta. Salí.

Doscientos cincuenta mil. Setecientos cincuenta mil. No está mal. Eso pensaba. Fumaba y murmuraba. Y miraba a la puerta. La puerta. La puerta. La puerta. Las putas puertas. Siempre las puertas.

Entré a la habitación, de nuevo. Lo traía de la mano. Era un niño. De diez u once años. Producto de una violación. El niño sonreía. Estaba asustado, pero sonreía.

Radovic lo miró. Sin pantallas. Y recordó. El niño era suyo. Su misma cara. Era él mismo hacía cincuenta años. Él mismo. Su sangre. Su ADN. Su mirada.

—Sí —le dije—. Eres tú. Ahora lo sabes.

Radovic sacó su arma. Sacó el tabaco. Sacó un pitillo. Otro. Se lo metió entre los labios. sonrió al arma; la puso sobre la mesa. Y dijo: Será mejor que el niño no lo vea. Le aguarda el silencio. La quietud. El olvido.

—Así es —respondí.

Salimos por la puerta. La puerta. La puerta. La puerta. La puta puerta.

Y oímos el disparo.


—Fin—

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